El gran pecado de los Orlando Magic

El gran pecado de los Orlando Magic

“Este es un día increíblemente emocionante para Los Angeles. Durante los últimos días no puedo decir por cuántos altibajos he pasado. Nunca me había sentido tan aliviado en mi vida como cuando firmamos el contrato. Realmente no puedo explicarlo. El nacimiento de mis hijos comprenden momentos que nunca olvidaré y la emoción actual que siento está a la misma altura.” El gran pecado de los Orlando Magic

No cuesta mucho imaginar los párpados cansados de Jerry West mientras la pasión de sus palabras, recogidas por el medio L.A. Times en su edición del 19 de julio de 1996, da forma textual al enérgico brillo de sus ojos. Y no es para menos. Dos días antes, concretamente a las 2:15 de la madrugada del 17 de julio, el entonces general manager de Los Angeles Lakers había cerrado una contratación que alteraría el futuro de la franquicia y la historia reciente de la NBA. Shaquille O’Neal aterrizaba en California. “Se fue buscando la gloria”, escribiría el columnista del Orlando Sentinel, George Díaz.


El día que Shaq decidió hacer las maletas rumbo a Los Ángeles, todo el panorama de la NBA cambió de una manera tan profunda que algunas ramificaciones de aquella operación nutren todavía la competición. Un movimiento de una magnitud tan solo equivalente a la cadena de sucesos que lo impulsaron.

El colaborador de CBS Sports, Joel Corry, trabajaba entonces como consultor de Leonard Armato, agente de O’Neal. El propio Corry compartió veinte años más tarde una pieza en dicho medio en la que se pregunta cómo fue posible que los Orlando Magic hubieran dejado escapar al pívot. “No había forma de que lo perdieran. Lo tenían todo a favor para mantenerlo en el equipo.” De hecho, tanto franquicia como jugador querían prolongar su vínculo y ambas partes estaban seguras de que las negociaciones prosperarían.

Los Magic se hallaban en una posición privilegiada. Tenían un equipo joven, ilusionante y repleto de talento, construido para afrontar un largo y exitoso recorrido por la Conferencia Este. Estaba Shaquille O’Neal, uno de los centers más dominantes de la NBA a sus 24 años, pero también otra estrella como Penny Hardaway. A su alrededor, Dennis Scott, uno de los mejores artilleros de la época, un escolta peligroso como Nick Anderson y un Horace Grant que ya sabía lo que era ganar varios anillos. El equipo acababa de ser barrido por los Chicago Bulls de Michael Jordan en las Finales del Este pero se habían posicionado para construir su propia dinastía en los años venideros. “Estábamos al borde de algo increíble”, relataría Scott. “Si miras el talento, la edad, el aspecto económico, los Magic podrían haber sido los dueños de la NBA durante la siguiente década.”

Todo lo que tenían que hacer era satisfacer las exigencias económicas de Shaquille O’Neal. Que se limitaban simple y llanamente a pagarle lo que se merecía. Fue precisamente ahí donde el modus operandi se tornó incomprensible.  

En 1996 no existía ninguna disposición en el convenio colectivo que limitara el salario máximo. Sí que había un tope salarial, establecido en 24,3 millones de dólares, pero sin acuerdos máximos para los jugadores ni penalización por el impuesto de lujo. Ambas cuestiones se incluirían como parte del nuevo acuerdo tras el lock-out de 1998.

Esto significaba que en Florida poseían los Bird Rights de O’Neal y, por lo tanto, podían exceder el tope salarial cuanto quisieran a la hora de renovarlo. A su vez, cualquier otra franquicia que quisiera hacerse con sus servicios solo podía asumir su contrato si este se mantenía por debajo del límite salarial. En muchos casos, esto suponía desmantelar toda una plantilla para poder hacer hueco a jugadores con altas pretensiones. De este modo, los Magic lo tenían muy fácil para solventar la papeleta con suma facilidad: cheque en blanco a O’Neal al no existir contratos máximos y poseer sus derechos bird. En su lugar, optaron por protagonizar un tira y afloja con el jugador.

La oferta inicial fue irrisoria: cuatro años y 54 millones. Una cantidad absoluta muy alejada de los 105 millones repartidos en siete campañas por la que habían renovado recientemente Alonzo Mourning y Juwan Howard en Miami y Washington, respectivamente.

Esta primera propuesta no se acomodaba a la solicitud de Shaq: 20 millones anuales y la posibilidad de romper el acuerdo tras el tercer año, una opción que no contemplaban en Orlando. Lejos de motivar el consenso, la directiva de los Magic, encabezada por el general manager John Gabriel, se decantó por la confrontación.

Uno de los argumentos esgrimidos por la cúpula directiva atacó directamente a la capacidad defensiva y reboteadora de O’Neal. En sus primeros cuatro años en la liga ya había sido galardonado con distintos hitos individuales como el Rookie del Año, un título al máximo anotador, seleccionado en tres ocasiones para alguno de los Mejores Quintetos y elegido cuatro veces para disputar el All-Star Game. Era un potencial MVP de la temporada –en 1995 fue segundo en las votaciones tras David Robinson– pero en Orlando se habían empeñado en negar la realidad. “Fue extraño”, admitió Corry. “¿No sabes lo que tienes? ¿No comprendes lo bueno que es Shaquille O’Neal? Actuaron como si se tratara de un jugador secundario de un equipo de fútbol americano.”

Gabriel se escudó en que dichas cifras suponían una carga inadmisible teniendo en cuenta que, apenas un año más tarde, Hardaway también saldría a la agencia libre y que su renovación suponía una prioridad. Según O’Neal, el ejecutivo fue claro y directo con él: “No podemos darte más que a Penny. No queremos molestar a Penny”. Esta versión ha sido negada por el antiguo ejecutivo pero el center insistió en su postura: “Cuando me dijo eso, decidí que estaba fuera del equipo.”


La agencia libre de 1996 estuvo repleta de estrellas. Futuros Hall of Fame como Michael Jordan, Alonzo Mourning, Dikembe Mutombo, Reggie Miller, Gary Payton y Dennis Rodman formaron parte de aquel market de lujo en el que O’Neal fue considerado la joya de la corona.

Entonces, la receta del éxito era sencilla: si en tu equipo no tenías a Michael Jordan, la lógica imperante era la de disponer del mejor hombre alto posible. Y Shaq se había establecido como un Wilt Chamberlain moderno al que todavía no se le vaticinaba techo.

Insultados por la oferta inicial de los Magic, Armato, Corry y O’Neal empezaron a escuchar ofertas. El problema era, como citaba antes, el encontrar un equipo capaz de asumir un contrato tan alto sin desarbolar su plantilla y seguir siendo competitivo. Y que perteneciera a un gran mercado de la NBA, otra de las exigencias inamovibles del joven jugador. Realizadas estas valoraciones previas, tan solo cuatro equipos se adaptaban al guión: New York Knicks, Detroit Pistons, Miami Heat y Atlanta Hawks.

Los neoyorquinos ya contaban entre sus filas con Patrick Ewing y la firma de Allan Houston terminó por dinamitar cualquier posibilidad. Una situación similar a la de Miami con Alonzo Mourning, a quien, además, le ofrecieron los 105 millones que marcarían el corte para O’Neal y su agente. Ambos creían que era superior a Mourning y no aceptarían ni un dólar menos.

Por su parte, los Pistons contaban con una réplica de Penny Hardaway en la figura de Grant Hill pero desde el Motown nunca mostraron mucho interés en O’Neal. En Atlanta, el entonces presidente Stan Kasten sí que llamó al teléfono de Armato. La oferta encajaba en los deseos de Shaq: hasta 15 millones anuales. Sin embargo, eso suponía deshacerse de jugadores como Christian Laettner y Mookie Blaylock, por lo que finalmente reforzaría el juego interior con Dikembe Mutombo, bastante más económico: cinco años y 50 millones.

Mientras las opciones se iban desvaneciendo una a uno, desde Los Angeles habían puesto en marcha una serie de movimientos que señalaban directamente hacia el pívot. Se estaba gestando la tormenta perfecta.

En un brillante golpe de efecto, Jerry West se desprendía de Vlade Divac, a quien enviaba a Charlotte Hornets a cambio de un imberbe y desconocido Kobe Bryant. Entonces, en Los Angeles no entendieron que el dirigente decidiera desprenderse de su center titular y uno de los jugadores más queridos por la afición. Pero West sabía que aquel sacrificio era vital para sacar de la peligrosa odisea por el desierto en la que se había sumido la franquicia tras el fin de la era del Showtime. Los frutos de Kobe tardarían un poco más en ser recogidos pero, en aquel instante, aquella operación abría 3,3 millones de dólares extra de colchón financiero.

Apenas 24 horas después de romper negociaciones con los Hawks, Armato negoció con los Lakers. Jerry West no se anduvo con rodeos y lanzó su primera oferta: siete años, 95 millones y una opción de jugador en el cuarto curso. Era urgente cerrar aquella operación cuanto antes. Los Lakers también querían afrontar la renovación de Elden Campbell pero no podían utilizar sus Bird Rights todavía pues eso supondría olvidarse de O’Neal al rebasar el tope salarial. Aún así, diez millones separaban aquella proposición de los 105 de Mourning, por lo que el dirigente se topó de bruces con el “no”.

Ligeramente contrariado pero no vencido, West arriesgó un poco más. Los Lakers enviaron a George Lynch, Anthony Peeler y dos futuras segundas rondas a los Grizzlies a cambio de sendas futuras segundas rondas. La contrapartida era lo de menos, una simple formalidad. Lo importante es que la salida de esos dos jugadores les permitía ofrecer más de 105 millones.

Aún así, West se quiso cubrir las espaldas y presentó dos opciones distintas a agente y jugador: un acuerdo por cuatro años y 64 millones, u otro por siete años y 109 millones de dólares, incluida la opción de jugador tras la conclusión de la tercera temporada.

Un sudor frío recorrió la frente de la front-office de los Magic. Por primera vez durante todo el proceso, la posibilidad de que su jugador franquicia se esfumara tomaba verdadera forma. Ya no tenían la sartén por el mango. El mismo propietario, Rich DeVos, escribió de su puño y letra una carta a O’Neal a modo de pipa de la paz con una nueva oferta. Subían la puja hasta los 115 millones de dólares.


Cuando creían que el asunto estaba zanjado y que este no podía tomar un tinte más rocambolesco, la prensa local se empeñó en emponzoñar el ambiente. A mediados de los años 90, entre los aficionados de la NBA existía una especie de sentimiento predominante que juzgaba los altos salarios de los jugadores. El cierre patronal de 1995 había debilitado las relaciones públicas de la liga, lo que provocó una pequeña desconexión entre los seguidores y las estrellas de la competición.

Así, el Orlando Sentinel pensó que era una buena idea que los propios habitantes de la ciudad decidieran si O’Neal valía esos 115 millones. Probablemente el resultado hubiera sido muy similar en cualquier otro escenario geográfico, pero este fue devastador en aquel: el 91,3% de un total de más de 5.000 votos cuestionó la cifra.

Esta encuesta coincidió con el traslado del Dream Team II a Orlando con motivo de los preparativos finales antes de los Juegos Olímpicos. Y, obviamente, Shaq estaba dolido. Ya no es solo que se sintiera insultado por la forma de proceder de la organización, sino que ahora también era menospreciado por sus propios aficionados. Además, su relación con la prensa local tampoco es que fuera una oda a la amistad.

“Los medios de Orlando me criticaron tanto que dejé de leer los periódicos en mi segundo año”, reconoció O’Neal. “Cuando leo algo así en el periódico me hace más fuerte. Me gusta demostrar a la gente que está equivocada. Pero me dolió. No me gusta que me subestimen.”

En aquel punto, la relación entre los Magic y Shaquille O’Neal estaba en un punto muerto. En Los Angeles, West vio la oportunidad definitiva y asestó su último golpe: un contrato por siete años y 120 millones de dólares. No había otra opción más que el all-in. La renovación de Elden Campbell seguía en el aire y Dale Davis había renovado con los Pacers, cansado de esperar por West. Durante el proceso, otras piezas como Dikembe Mutombo, Brian Williams, Ervin Johnson, Jim McIlvaine  y Chris Gatling también habían volado.

Joel Embiid será el nuevo MVP

Aquí, es importante hacer un pequeño inciso. Hoy en día, los Magic hubieran podido jugar la baza del tanteo. Es decir, O’Neal hubiera estado sujeto a su condición de agente libre restringido y para Orlando habría sido tan sencillo como igualar la oferta. Sin embargo, el cierre patronal de 1995 eliminó la agencia libre restringida por primera y única vez en la historia del tope salarial, la cual sería recuperada por la CBA de 1998. Así, los Magic no pudieron hacer nada más –realmente sí que tuvieron en sus manos el evitar todo este batiburrillo– que ver como O’Neal se marchaba a los Lakers.

La desesperación se apoderó de la gerencia y los propios John Gabriel y Rich DeVos tomaron un vuelo sobre la marcha rumbo a Peach State, Georgia, donde Leonard Armato disfrutaba ya de sus vacaciones tras cumplir con su trabajo. Cuando ambos lo encontraron disfrutando del sol, ya no podían hacer nada. “Lo siento, Rich”, respondería el agente de O’Neal.

Rápidamente, la situación trascendió en la actualidad de Orlando. Una parte de la afición enfureció con la gestión de la gerencia, una postura compartida por algunos de los jugadores de la plantilla. “Cogí el teléfono y llamé a John Gabriel”, recordó Dennis Scott. “Grité: ‘¿Qué diablos estáis haciendo? Estáis locos.’ [DeVos] no entendía cómo funcionaba esto. Alguien tenía que decirle que hizo dinero vendiendo sus productos y demás, pero que esto es baloncesto profesional. Estaba en su etapa pre-prime. Págale. Pero por muy mal que los Magic manejaran la situación, esa encuesta fue la gota que colmó el vaso. Shaq podía lidiar con muchas cosas pero cuando toda una ciudad dice que no vales la pena, todo acaba.”

El propio O’Neal había decidido enterrar el hacha de guerra y mantener este intercambio de hostilidades y ofertas. Jugaría para los Lakers. El 17 de julio de 1997 anunciaba su decisión en una rueda de prensa celebrada en la sede olímpica de Reebok. “Para mí, el cambio es algo positivo. Soy un chico militar. Estoy acostumbrado a mudarme cada tres o cuatro años. Los Lakers tienen una gran tradición: George Mikan, Kareem Abdul-Jabbar,…”

La irresponsabilidad de unos y la magnífica visión de otros dio lugar a una de las operaciones más importantes y complejas en la historia de la agencia libre. La llegada de Shaquille O’Neal permitió construir una nueva dinastía en Los Angeles que repercutió en distintos frentes. Shaq y Kobe conquistaron tres anillos consecutivos, impidiendo el auge de prometedores equipos como Blazers, Kings y Spurs –a estos últimos tan solo los retrasó en su propósito–. A su vez, Phil Jackson sumaría otros cinco campeonatos a su palmarés, mientras que la Conferencia Este se quedó huérfana de un equipo que podría haber dominado con puño de hierro la NBA.

Un futuro –ahora pasado– que había abierto sus ventanas de par en par a los Magic y que estos se encargaron de cerrar de forma súbita e inesperada. Lo que hubiera sucedido de rebasarlo es algo que quedará guardado en el profundo baúl de los what if.