EL RENACER DE KEYONTAE JOHNSON

            Las emociones galopan desbocadas en la cabeza de Keyontae. Todavía quedan cerca de dos horas para el inicio del partido, pero cada instante supone un nuevo reto superado, cada minuto una pequeña victoria contra un enemigo todavía no lo suficientemente lejano como para que no siga suponiendo una amenaza constante.

            Un escalofrío recorre el cuerpo del chico al cruzar el umbral de la puerta del pabellón. Una acción cotidiana para muchos, insignificante para todos, pero que para él, ese día, simboliza acercarse un poco más al momento ansiado. Es día de partido y un ambiente especial envuelve la cancha de juego. No es un partido más. Aquel es el partido inaugural de la temporada, un evento esperado por una afición ansiosa de reencontrarse con sus ídolos conocidos y de ver por primera vez en acción a los recién llegados. Ilusión. Esperanza. Expectación. Son algunos de los sustantivos que sirven para explicar qué sucede en las gradas, qué sienten los espectadores ante el inicio de un nuevo curso baloncestístico.

            Keyontae lo sabe. Para él, a nivel personal, es mucho más que todo eso. Porque Keyontae estuvo prácticamente muerto hace apenas dos años. Sus ganas de vivir, su amor por el baloncesto, su energía vital le dieron la fuerza necesaria para salir adelante. No era momento de irse todavía de este mundo. Tenía muchas cosas pendientes por hacer, por vivir, por disfrutar. Como ser humano y como jugador de baloncesto. Porque en el momento fatídico del colapso cardíaco, aquel día de diciembre de infausto recuerdo, como jugador de la universidad de Florida, Keyontae Johnson era uno de los “prospects” más valorados del país y su nombre aparecía en todas las predicciones como una elección de lotería del draft de aquel año. Su corazón, sin embargo, le falló. Cayó desplomado en pleno partido, en un derbi contra Florida State, en un partido televisado, ante los atónitos ojos de todo el mundo. Y nos temimos lo peor…

            Todos esos recuerdos, inevitablemente, rondan por la cabeza de Keyontae Johnson. Cuando entra en el vestuario. Cuando se ata las zapatillas. Cuando salta a la pista, todavía vacía, para iniciar el calentamiento. Y junto a ellos aparece también el miedo, inexorable acompañante durante todo el largo y duro proceso de rehabilitación. Hoy, el día de su vuelta a las canchas, dos años después, todo eso ha quedado definitivamente atrás. ¿Definitivamente?

            Quizá ya nunca desaparezcan las dudas, el temor a una posible recaída, a que su corazón no esté tan preparado como él piensa. Sabe que tendrá que convivir con todo ello si quiere volver a sentirse jugador de baloncesto. Y hoy tiene su primera oportunidad de demostrar, de demostrarse, que lo es.

            Van pasando los minutos. La camiseta de su nuevo equipo, Kansas State, tiene hoy un tacto especial. Sus compañeros le acogen con serenidad, cada gesto, cada mirada que recibe es un impulso que hoy necesita particularmente. Salta a la cancha como titular en este encuentro. Coge el balón por primera vez en mucho tiempo en un partido oficial. Todo es diferente, todo es sensacional. Sus primeros puntos llegan desde más allá de la línea de tres puntos. Y en ese momento todo transmuta, su entorno se transforma, su propio cerebro parece difuminarse en un sueño maravilloso del que nunca quisiera despertar.

            El resultado del encuentro es intrascendente, aunque siempre es mejor comenzar con una victoria. Sus números también, aunque son el termómetro perfecto para calibrar el estado físico en el que Keyontae Johnson ha vuelto a las canchas: 26 minutos en los que anotó 13 puntos, capturó 2 rebotes y repartió 4 asistencias. Lo realmente importante son sus sensaciones, sus sentimientos. Pero, sobre todo, que la vida se ha impuesto a la muerte, que le ha dado una segunda oportunidad para poder seguir haciendo lo que más le gusta: jugar a baloncesto.  

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