La otra Guerra Fría

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Bautizada por el escritor inglés George Orwell, La Guerra Fría supuso la división del mundo en dos grandes bloques; el capitalista, liderado por Estados Unidos, y el comunista, liderado por la Unión Soviética. Un enfrentamiento bélico y político que ocupó la segunda mitad del siglo XX y paralizó al mundo en numerosas ocasiones. Pero las trincheras y los despachos no fueron los únicos ámbitos en los que se libró esta guerra. El deporte en general y las canchas de baloncesto en particular fueron otro de los escenarios donde los gigantes batallaron por la hegemonía mundial.

Estados Unidos y la Unión Soviética nos dejaron duelos para la historia en aquella época donde los americanos aún llevaban a los universitarios a los juegos olímpicos. Enfrentamientos llenos de polémica y tensión que veremos más adelante. Dentro de la propia NBA, el mítico David Stern intentó suavizar las tensiones, incluso llegando a invitar a jugadores soviéticos al All-Star.

La política y el baloncesto siempre han estado unidos en cierto modo, desde los episodios racistas en tiempos de Bill Russell y Red Auerbach, hasta el movimiento Black Lives Matter y su influencia en la NBA. Todo esto pasando por la Guerra Fría, donde el baloncesto olímpico fue uno de los tableros en los que soviéticos y americanos se enfrentaron.

Helsinki 52; el comienzo de la rivalidad

Aquel año fue el del debut de la URSS en unas olimpiadas, comenzó su intento de dominar otro aspecto más, el deporte olímpico. Aunque ya había competido internacionalmente, en el Eurobasket de 1947, había rechazado la participación en las olimpiadas por ser una competición de élites. Como en todo el proceso que vamos a ver, la historia tuvo algo que ver en esta decisión de participar. La victoria de los comunistas sobre la Alemania nazi en la segunda guerra mundial cambió todo.

A partir de entonces, la Unión Soviética empezaría a utilizar a los deportistas como símbolos de la política del país. Pero como en todo, con la intención de conseguir la primera plaza, de ser los mejores. En este sentido, al igual que en los demás, eran notablemente autoritarios, incluso el ministro de deportes en aquel entonces decía: “Para que nos dieran permiso para competir a nivel internacional, tuve que mandar una carta especial a Stalin garantizando la victoria. Así, uno se hacía responsable de los resultados, y las consecuencias del fracaso eran muy serias”.

Por otro lado, Estados Unidos se encontraba sumido en la Guerra de Corea bajo la presidencia de Harry S.Truman. En aquella selección americana encontramos a algunas de las leyendas del baloncesto y de la NBA, Clyde Lovellette. Este jugador fue el primero de la historia en ganar un campeonato de la NCAA, de la NBA y de los Juegos Olímpicos. De hecho, fue una de las claves en la final contra los soviéticos por su superioridad física en la zona.

Aquel año, previo a la muerte de Stalin en 1953, Estados Unidos se llevó el oro olímpico a casa tras vencer a los soviéticos en la final. Un partido que ha sido calificado como aburrido hasta el público llegó a abuchear a los dos equipos, pues los soviéticos optaron por jugar posesiones muy largas al no existir aún el reloj. El resultado fue un verdadero reflejo de la tónica del partido, al descanso los americanos ganaban 17-15. El encuentro acabó 36-25 para la selección norteamericana.

Cuatro años más tarde, en Melbourne 56, pudimos ver a la leyenda Bill Russell en el equipo nacional. Los americanos establecieron un dominio en el baloncesto olímpico en los próximos años ganando todas las medallas de oro. Sin embargo, en 1972 sucedió algo nunca antes visto.

Múnich 72; la venganza se sirve fría

Tras un implacable dominio de la selección estadounidense, los soviéticos dieron un golpe sobre la mesa en los Juegos Olímpicos de 1972 celebrados en la ciudad alemana de Múnich. Aquí tenemos que tener en cuenta un elemento histórico esencial, la división de Alemania. La sede de las olimpiadas se situaba en el lado occidental del territorio germano, es decir, la parte donde Estados Unidos tenía influencia. De hecho, en diciembre de aquel año se firmó el “Tratado Básico”, considerado por algunos como el primer paso en la reunificación del país.

En estos momentos ya se hablaba de una escalada de nivel en el baloncesto mundial, algo más allá del dominio estadounidense. No tanto como ahora, por supuesto, pero sí un inicio del cambio. Además, Henry Iba (seleccionador americano) no pudo contar con el dos veces campeón de la NBA Bill Walton, ya que este rechazó la invitación. Tal y como dice en su autobiografía, no quería formar parte del conjunto nacional tras el mundial de 1970 en el que participó. Allí sufrió todo tipo de insultos por parte de Hal Fischer, además del sobre entrenamiento que tuvo importantes consecuencias en sus pies, tal y como vimos en su carrera.

Otro pájaro habría cantado con su presencia en la cancha, y con la de Julius Erving. Así es, estos dos jugadores pudieron coincidir en un mismo equipo, pero Walton, por las razones ya mencionadas, y el Dr.J, por ser un profesional con remuneración en la ABA y por tanto no elegible para la selección nacional, no viajaron a Múnich.

El contexto de la Guerra Fría era de máxima tensión, con el escenario de una posible Tercera Guerra Mundial o incluso nuclear, y lo sucedido en la cancha no iba a ser menos. Aquel campeonato ha pasado a la historia como polémico por dos razones esenciales. En semifinales, los soviéticos se enfrentaron a Cuba, partido del que salieron victoriosos con un resultado de 67-61. Un encuentro que cuenta con la etiqueta de polémico por razones políticas evidentes. Estados Unidos, por su parte, aplastó a los italianos con un contundente 68-38.

La final fue la guinda del pastel. Fue un partido igualado, más de lo que se esperaba, una defensa férrea de los soviéticos que dejó a los americanos ocho puntos abajo en el marcador. Sin embargo, Estados Unidos tenía un as bajo la manga. Henry Iba mandó a sus jugadores a presionar la salida de balón, la temida presión a toda la cancha. El nerviosismo era palpable en el rostro de los soviéticos, Sergey Belov declaró: “Nadie quería el balón en los últimos minutos. Todos nos escondíamos. Era una presión inaguantable la que sufríamos”.

Llega entonces el momento final. Tras dos tiros libres anotados por Doug Collins, los americanos se ponían un punto por encima, 49-50. A falta de tres segundos, los soviéticos sacaron de fondo y cuando quedaba un segundo el partido se detuvo. El entrenador de la URSS, Vladímir Kondrasin, protestó, ya que había pedido tiempo muerto justo después de los tiros libres. El reloj volvió a marcar tres segundos, los soviéticos volvieron a sacar de fondo, pero no pudieron anotar.

En medio de la euforia americana, el árbitro indicó que se tenían que repetir los tres segundos porque el reloj no se había puesto en marcha. La jugada se repitió y Alexander Belov anotó bajo el aro una canasta histórica para su país. Estados Unidos interpuso una protesta formal que nada pudo hacer. Un jurado de apelación formado por cinco hombres decidió que el resultado se mantendría por tres votos a dos. Curiosamente, los tres votos a favor vinieron de Polonia, Hungría y Cuba, países “aliados” de la Unión Soviética, mientras que los dos votos en contra fueron de Italia y Puerto Rico, del bloque capitalista.

Al conocer el resultado de la votación, los estadounidenses no aceptaron las medallas de plata. Aún a día de hoy, ningún miembro de la antigua selección las ha aceptado.

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Los años 80 y los boicots

Tras el polémico episodio del 72, llegamos a una década en la que ambos se boicotearon mutuamente. En 1980, se eligió a Moscú como sede para los Juegos Olímpicos, pero Estados Unidos decidió no acudir a dicho evento. No obstante, el asunto tenía un trasfondo político que explica esta decisión de los americanos.

En 1979, empezó una guerra civil en Afganistán tras la Revolución de Saur. La Unión Soviética, en aras de acabar con esa situación de caos e inestabilidad, decidió intervenir en el país. Al otro lado del planeta, el presidente americano, Jimmy Carter decidió responder a esta invasión, además de calificarla como “la más seria amenaza para la paz desde la Segunda Guerra Mundial”, retirando el tratado SALT II de su aprobación en el Senado, pidiendo un incremento en el gasto militar estadounidense y finalmente liderando el boicot de los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980.

Pero los soviéticos nunca se rinden, y menos contra los capitalistas americanos. Y así fue, el 8 de mayo de 1984, la Unión Soviética anunció sus intenciones de boicotear los JJOO de Los Ángeles. Su argumento principal constó en decir que existía una histeria anti-soviética impulsada por Estados Unidos. Finalmente, hasta 14 países se unieron al boicot y organizaron unas “contra olimpiadas” bajo el nombre de “Juegos de la Amistad”.

Seúl 88; del oro a la desaparición

Tras los boicots en años anteriores, los Juegos Olímpicos de Seúl en 1988 tuvieron a las dos superpotencias entre sus participantes. Sin embargo, algunos países comunistas no acudieron al evento, tal fue el caso de Corea del Norte, Cuba o Albania entre otros.

Nuestros protagonistas se vieron las caras antes de la gran final, en las semifinales. Un joven David Robinson lideró al último equipo de universitarios estadounidenses en unos Juegos Olímpicos, ya que en 1992, empezarían a llevar a jugadores de la NBA. En el lado soviético, encontramos al mítico Arvydas Sabonis, padre del actual jugador de los Pacers Domantas Sabonis y conocido en España por su etapa en el Real Madrid en los años 90. Pero además de él, Sarunas Marciulionis formaba parte del conjunto nacional de la URSS, de hecho, este último fue uno de los jugadores más destacados del torneo.

Los soviéticos se llevaron la semifinal en un partido más que igualado, con un resultado de 82-76. Además, lograron llevarse el oro a Moscú tras vencer a la Yugoslavia de Drazen Petrovic en la gran final, 76-63. Tras un bronce que no sabía a gran cosa, los americanos empezaron a llevar a jugadores profesionales a las Olimpiadas, comenzando por el ‘Dream Team’ de 1992, donde pudimos ver a Jordan, Bird y Magic juntos. De aquel equipo que viajó a Seúl, solo tres jugadores tuvieron una buena carrera en la NBA; David Robinson (el mejor de estos tres), Mitch Richmond y Danny Manning.

Además del fin de equipos universitarios de Estados Unidos, la Unión Soviética también tenía los días contados. Una situación económica y socialmente insostenible hizo que, el 25 de diciembre de 1991, la URSS llegase a su fin tras la dimisión de Gorbachov. A partir de ahí surgieron los países que hoy vemos en Europa Oriental, como Lituania, Estonia o Letonia. Y aunque ya habíamos visto a algunos jugadores del bloque comunista jugar en la NBA, como fue el caso del búlgaro Georgi Glouchkov en los Suns de 1985 o Marciulionis en los Warriors de 1989, empezamos a disfrutar de una amplia variedad de jugadores, que fueron soviéticos en su día, en la mejor liga del mundo.

Por aquel entonces era algo extraordinario ver a jugadores “ex soviéticos” en la NBA, pero que hoy se nos hace de lo más habitual. Hoy podemos ver a Domantas Sabonis (Lituania), Kristaps Porzingis (Letonia), Alex Len (Ucrania), e incluso a jugadores de la antigua Yugoslavia. Tal es el caso de Luka Doncic (Eslovenia), Nikola Jokic (Serbia) o Bojan Bogdanovic (Croacia).

El baloncesto nos demostró una vez más, que lo que la política divide la cancha reunifica.