En este momento estás viendo ¿NIL? ¿O PAY FOR PLAY?
¿NIL? ¿O PAY FOR PLAY?

¿NIL? ¿O PAY FOR PLAY?

Josh Henderson es un gran aficionado al baloncesto universitario de la NCAA, que profesionalmente se dedica a la venta de productos farmacéuticos. Esta próxima semana se presenta intensa, ya que debe viajar desde el estado de Washington, en la costa Oeste, donde tiene su residencia habitual, hasta la ciudad de Buffalo, justo en la otra punta del país, haciendo escala en Iowa, ciudad en la que también tiene programadas varias reuniones para tratar de vender su mercancía. Todo apunta a que será un viaje agotador. NIL NCAA.

            Dentro ya del avión, mientras aguarda el momento del despegue, hojea una de esas típicas revistas que las azafatas colocan en el respaldo del asiento. En una de sus páginas encuentra una foto de Drew Timme, el jugador de Gonzaga, con el característico bigote que se deja crecer para el March Madness, promocionando, precisamente, una marca de productos para el afeitado. Horas más tarde el vuelo llega a su destino, Iowa. Josh sale del aeropuerto y coge un taxi para ir a su hotel. Le llama la atención un gran cartel de una empresa pirotécnica local cuya imagen es Jordan Bohannon, el base de los Hawkeyes. Una vez instalado en su hotel, mientras llega la hora de acostarse, Josh enciende su PSP para jugar al NBA 2k. Paolo Banchero, el jugador de Duke, salta a su pantalla mientras se carga el juego. Los días pasan. Josh cumple con su exhaustiva agenda y llega a su paradero final. Durante su estancia allí, en Buffalo, en uno de sus escasos momentos libres, sale a cenar. Va a una cadena de alitas de pollo muy popular en la zona, cuya imagen promocional es Doug Edert, el jugador de Saint Peter’s que saltó a la fama en el pasado campeonato nacional.

            Este ficticio periplo sirve para ilustrar cómo la explotación de los derechos NIL (Name, Image and Likeness) por parte de los jugadores universitarios ha cambiado por completo el panorama del propio deporte. Si a ello le sumamos otra reciente alteración en las normas, como es la facilidad que tienen actualmente los jugadores para cambiar de universidad gracias a la inmediata elegibilidad que se les da en el “transfer portal”, el vuelco sufrido por la competición es de ciento ochenta grados.

            Todo esto causa polémicas como la suscitada por el traspaso de Nijel Pack, transfer de Kansas State, a Miami. Este base junior, del que apenas nadie había oído hablar hasta hace unos pocos días a pesar de haber completado una buena temporada en los Wildcats, se convirtió en noticia al anunciarse que LifeWallet, una empresa de seguros, le pagaría 400.000$ en concepto de derechos NIL, además de proporcionarle un coche de manera totalmente gratuita durante su estancia en la universidad. El conflicto surgió cuando, apenas unas horas después de conocerse las condiciones de la llegada de Pack a Miami, el agente de Isaiah Wong, la estrella del equipo, reaccionó amenazando con inscribir a su representado en el portal de transfer si no se revisaba y mejoraba el contrato del que ya se beneficiaba con esa misma empresa para obtener mayores ingresos por sus derechos NIL. Días más tarde el propio jugador, cabe suponer que motivado por la presión mediática que estas declaraciones originó o, quizás, bien aconsejado por alguien cercano, rectificó las palabras de su agente y anunció su compromiso para continuar una temporada más en los Hurricanes.

            Sin embargo, la controversia ya se había creado, el debate está en la calle y, sobre todo, en las redes sociales. ¿La explotación de los derechos NIL con la actual legislación para los transfer es una forma legítima de beneficiar a los jugadores por su imagen o es un método encubierto de cobrar por jugar? La verdad es que no es una pregunta baladí que tenga una respuesta sencilla, porque la casuística es infinita y no todos los casos son iguales. La aparición de competencias tan directas como el Ignite de la G-League o el Overtime obligaron a la liga a tomar decisiones drásticas para evitar la fuga de los grandes prospects a otras competiciones. Pero también es cierto que, en este momento, una vez implantados estos primeros cambios, urge una revisión de los mismos para adecuarlos, mejorarlos y evitar que la NCAA se convierta en un mercadeo donde aquellas universidades que consigan mayores y más potentes patrocinadores acaben por llevarse a todos los jugadores más destacados.

Tampoco se trata de demonizar sin más esta nueva reglamentación. Los fans más románticos alegan que con esta medida se está perdiendo la esencia de la competición, aquella que ensalzaba el más absoluto amateurismo de los estudiantes, a pesar de que a lo largo de la historia han sido frecuentes las trasgresiones de la norma. A ella debemos el estar disfrutando de algunos jugadores top de instituto, como por ejemplo Emoni Bates, que fueron tentados por los miles de dólares que les ofrecían alternativas como el ya nombrado Ignite de la G-League. O que Oscar Tshiebwe, nada menos que el recién nombrado National Player Of The Year, aplace su presencia en el draft en busca de un inseguro contrato profesional y prolongue una temporada más su estancia en la universidad de Kentucky. Como vemos, en este tema no hay solamente blanco o negro, sino que existe toda una escala de grises que debemos conocer y analizar antes de posicionarnos decididamente a favor o en contra de ello. Resulta relativamente sencillo argumentar en contra de esta medida presentando casos como el de Nijel Pack. Pero, por contra, también es simple encontrar circunstancias como la de Doug Edert para defenderla, un chico que difícilmente conseguirá labrarse un futuro profesional como jugador de baloncesto y que ha podido aprovechar una coyuntura única para obtener de manera legítima unos ingresos adicionales.

En mi opinión, conviene analizar individualmente cada caso antes de emitir un veredicto al respecto. Oscar Tshiebwe se ha ganado en la cancha, a base de capturar rebotes y colocar tapones, el derecho a explotar su nombre y su imagen. Lo mismo sucede con los jugadores de Kansas, quienes tras proclamarse campeones nacionales han recibido multitud de propuestas para promocionar diferentes artículos gracias a su recién conquistado título. O el propio Doug Edert quien saltó a la fama gracias a sus actuaciones en la pista. Su imagen se hizo icónica y rápidamente hubo alguna empresa avispada que vio en él un buen producto de marketing. Por el otro lado, casos como el de Nijel Pack representan el lado más oscuro del NIL, ese que se utiliza como cebo para conseguir el reclutamiento de los jugadores por parte de algunas universidades. Y no ha sido el único, ni mucho menos.

Las consecuencias de esta situación son más profundas de lo que parece. Incluso puede que haya sido una de las causas que han motivado la retirada de una leyenda de los banquillos como Jay Wright. Otros entrenadores, como Eric Musselman de Arkansas, han declarado recientemente que dedica más tiempo a hablar por teléfono con sus propios jugadores para tratar de mantenerles en el equipo que el que invirtió en la preparación del partido que les enfrentó a Gonzaga en Sweet Sixteen. Y Brad Underwood, head coach de Illinois, ha manifestado explícitamente su hastío y cómo este cambio de normativa le ha supuesto perder la ilusión por seguir ejerciendo su labor debido al terrible stress que le supone la post temporada. Lo cierto es que la propia organización, la NCAA, tiene gran parte de culpa por no haber querido afrontar antes una demanda que venía dándose desde varias décadas atrás. Cuando se ha buscado una solución se ha hecho con urgencias y prisas, más como un parche que como un convencimiento. Y ahora, lógicamente, empiezan a surgir los inconvenientes.

En todo caso, estamos ante un debate abierto sobre el que se verterán ríos de tinta en los próximos años. Detractores y defensores a ultranza aportarán datos para posicionarse bien a favor, bien en contra. Independientemente de cómo evolucione a nivel legal, los aficionados al baloncesto universitario, además de contribuir al debate con nuestras humildes opiniones, solamente podemos hacer una cosa: seguir disfrutando de una competición que aglutina a tantos y tan diferentes deportistas que, por muchas alternativas que se le enfrenten, nada podrá evitar que sigamos considerándola como la más atractiva y apasionante del panorama baloncestístico.

Oscar Tshiebwe: La primera victoria del NIL