En marzo de 2019, ESPN publicaba un artículo muy crítico con la gestión de los Phoenix Suns cuyo titular definía el trabajo de las oficinas como “desordenado y disfuncional”. Y no era para menos. Entre las temporadas 2015-16 y 2018-19, la franquicia de Arizona recopiló el peor récord de toda la NBA con un total de 87 victorias y 241 derrotas. Phoenix: ¿una odisea por el desierto con final feliz?
Si bien todos los factores que influyeron en aquellos horrorosos años merecerían un artículo aparte, varios jugadores, miembros del staff técnico, agentes y ejecutivos que formaron parte de la organización durante aquellos años señalaron a un mismo punto: un propietario excesivamente intervencionista e implicado en los asuntos deportivos que restaba legitimidad a una front-office ya de por sí inestable y cuestionaba la labor del cuerpo técnico.
El mismo artículo de ESPN recoge como se repetían diversos episodios en los que Robert Sarver irrumpía en el vestuario tras una derrota para instruir a los hombres altos sobre cómo colocar mejores bloqueos o para trasladar al entrenador la necesidad de ser especialmente intenso en la defensa sobre un jugador que había abusado de la defensa de los Suns con anterioridad. O cómo en enero de 2012, el dueño del equipo abroncó en el descanso de un partido a Grant Hill por permitir que Vince Carter, quien había defendido la camiseta de los Suns en 51 ocasiones en el curso 2010-11, le anotara 15 puntos en su cara.
Sea como fuera, Sarver terminó entrando en razón. Las derrotas se sucedían una tras a otra a pesar de los constantes cambios en la plantilla, el cuerpo técnico y las oficinas. “La organización no ha funcionado al nivel de las expectativas, tanto de nuestros aficionados como las mías. Y eso es algo que tengo que cambiar”, admitió Sarver. “Si miro hacia atrás, a veces he intentado usar una fórmula que he usado en mis negocios. Mis negocios han sido exitosos, pero en este negocio a veces he subestimado las responsabilidades administrativos y el nivel de experiencia necesario para logra ese éxito.”
Ryan McDonough había sido despedido como general manager en octubre de 2018 y tras una nueva dosis de humildad para él, Sarver decidió otorgar plenos poderes a James Jones y alejar su hocico de las operaciones de baloncesto lo máximo posible. Jones había recalado en las oficinas nada más anunciar su retirada en 2017 pero no sería hasta abril de 2019 cuando se completaría su ascenso al puesto de general manager de los Suns.
En sus 14 años de carrera como jugador, Jones nunca jugó para un equipo con un porcentaje de victorias inferior al 50% y tan solo se perdió los playoffs durante su única campaña en Portland. Por el camino, tres campeonatos –dos en Miami y otro en Cleveland– al lado de LeBron James. Del de Akron absorbió su ética de trabajo, la disciplina para construir un proyecto ganador y el hambre por ganar. “La forma en la que juega un equipo se basa en el carácter y comportamiento que exhiben los jugadores”, afirmó Jones. “No es que las buenas organizaciones cojan un poco de arcilla e inmediatamente la conviertan en algo espectacular. Construyen una buena base y la hacen crecer a partir de ahí. El juego de un equipo, por lo general, define cómo se percibe a la organización.” Y era evidente que faltaban unas manos firmes y seguras para dar forma al buen material del que disponían en Phoenix.
La gestión de James Jones
Semanas después de ser nombrado gerente general, Jones cerró la contratación de Monty Williams como entrenador jefe. También un ex-jugador y un líder ampliamente respetado en la NBA. Desde entonces, Jones y Williams han trabajado codo con codo en la confección de una plantilla versátil, talentosa y, principalmente, con ansias de éxito. “Una front-office debe encontrar profesionales con un gran carácter, trabajadores y competitivos. Profesionales que amen este deporte y quieran éxito colectivo”, añadió el ejecutivo. “Si consigue ese éxito, solo entonces puedes incluir a un jugador egoísta, un mercenario, como yo lo llamo. El grupo será capaz de resistirlo. Pero si construyes un equipo de mercenarios obtendrás malos resultados.”
Lo cierto es que Jones heredó un roster repleto de talento y juventud con nombres como Devin Booker, Deandre Ayton y Mikal Bridges. Incluso ellos tuvieron que superar este corte. El pívot aprendió la lección tras completar una suspensión de 25 partidos por dar positivo en una prueba antidoping, mientras que Bridges tuvo sus más y sus menos con Monty Williams por exceso de confianza y falta de compromiso. Quien quisiera un sitio en los nuevos Suns se lo iba a tener que ganar.
Aquel mismo verano, Jones se propuso construir una base más sólida mediante piezas más veteranas. Los Suns cerrarían las incorporaciones de Ricky Rubio y Aron Baynes, además de recibir a Dario Saric y el pick 11 –utilizado en Cameron Johnson– desde Minnesota a cambio de la sexta selección de aquel draft. Previamente, el general manager había creado espacio salarial mediante el traspaso de T.J. Warren a Indiana a cambio de prácticamente nada. Un movimiento que levantó muchas ampollas entre la afición de los Suns, quienes temían otro desastre más desde los despachos.
El equipo completó una campaña subidos en una montaña rusa de resultados: inicio esperanzador, posterior hundimiento y espectacular actuación en la burbuja de Orlando con un pleno de victorias. Las bases estaban asentadas y era hora de reforzarlas: Ricky Rubio era traspasado a cambio de Chris Paul y junto a él aterrizaron otros veteranos como Jae Crowder y E’Twaun Moore. A su vez, otrora repudiados como Frank Kaminsky, Abdel Nader y Cameron Payne se asentaban en la rotación de Williams.
El resultado ha sido un orden y una jerarquía clara en lo que respecta a los roles y las responsabilidades. Una rotación asidua de doce o trece hombres que encajan entre sí y se compenetran de forma efectiva. De hecho, estos trece jugadores promedian al menos diez minutos por partido, mientras que siete de ellos registran o rozan dobles dígitos en anotación, lo que representa un reparto equilibrado en las tareas ofensivas. Y lo más importante: resultados. Los Suns completaron la primera mitad del calendario con el segundo mejor récord (24-11) de toda la NBA y como segundo equipo situado entre los diez primeros puestos en ratio ofensivo y defensivo. Una tendencia que han mantenido a lo largo del mes de marzo, el cual finalizan con idéntica posición en la Conferencia Oeste. Estos Suns ya han llegado y lo hacen para quedarse.
El valor individual para construir lo colectivo
“He sido aficionado de la NBA durante mucho así que entiendo el proceso que hay detrás y lo difícil que es convertirse en un buen equipo”.
En efecto, nadie mejor que Devin Booker dentro del vestuario de los Suns conoce las penurias propias de un proyecto en reconstrucción. El escolta formó parte del equipo durante sus años más horribles y derrotistas. Seleccionado en la 13ª posición del draft de 2015, Booker promedió 22 victorias en sus primeros cuatro años en Arizona a las órdenes de cuatro entrenadores distintos.
En medio de este caos se estableció como uno de los mejores anotadores de la liga pero también el más insípido. Alguien capaz de romper la barrera de los 70 puntos pero incompetente para liderar al equipo hacia el triunfo.
Una percepción que ha cambiado este curso gracias a la gestión desde las oficinas y la incorporación de un Chris Paul que aporta mucho más criterio al juego y que, en el caso propio del escolta, le ha liberado de ciertas responsabilidades. Principalmente, ha delegado –y en quién si no– la organización en uno de los mejores bases del siglo XXI a favor de una mayor presencia sin balón y un mejor desempeño defensivo. “El antiguo Booker diría ‘Mi equipo está perdiendo, déjame salir y lanzar cada tiro para llevarlo hacia la victoria’”, aseguró Jones. “Este Booker entiende cuándo ser el actor principal y cuándo cumplir un papel secundario.”
Así, el de Gran Rapids ha alcanzado esa madurez que permite prescindir de cierto peso individual para sumar al grupo. Recordando, por supuesto, su condición como anotador de élite. Algo que volvió a demostrar con su galardón al Jugador del Mes de febrero de la Conferencia Oeste.
Estas dudas sobre la proyección de los Suns eran muy reales. Jae Crowder reconoció haber rechazado la propuesta inicial de Devin Booker para que se incorporara al equipo. “Cuando Devin me llamó por primera vez le dije ‘Respeto tu juego pero los Suns no han llegado a los playoffs en años’”. Un requisito fundamental para un Crowder que no disputó las eliminatorias por el título únicamente durante su año rookie en Dallas. Desde entonces, presenta un pleno de siete apariciones en siete campañas. “Estaba indeciso pero finalmente accedí. Es un nuevo capítulo. Elegí ser parte de una organización lista para todo después de estar en la cola de la liga durante básicamente diez años.”
Devin Booker y Chris Paul acaparan gran parte de las miradas y del peso ofensivo del equipo, pero este tampoco se entendería sin el aporte de jornaleros como Crowder. Su defensa, veteranía y experiencia en tales menesteres ha impulsado notablemente el rendimiento de jóvenes como Mikal Bridges y Cameron Johnson, dos perfiles que inciden en el trabajo defensivo, y que además aportan energía, tiro exterior y, poco a poco, mayores recursos en la creación. “Esa experiencia se adquiere jugando los playoffs. Pero trato de que estén lo mejor preparados posibles para cuando llegue la hora”, señaló el de Georgia.
Una actitud que ha contagiado y perseguido a uno de los repudiados de la plantilla. Aquella suspensión de 25 partidos supuso un punto de inflexión para DeAndre Ayton. Y una cura de humildad. “Decepcioné a mi equipo. Fui bombardeado y destruido en Internet. ¿Y sabes qué? Me lo merecía. Pensé, ‘¿quién soy yo para decir que soy tal jugador cuando ni lo había demostrado?’. Así que me motivó para salir de nuevo, limpiar mi nombre y mostrar quién soy realmente. Esa suspensión fue como llegar hasta el fondo del pozo. No fui profesional. Y sabía que no podía seguir engañándome a mí mismo. Trabaje más y más duro. Solo quería jugar y mejorar.”
La juventud y ser víctima indirecta de aquel maravilloso draft de Luka Doncic y Trae Young no hicieron más que meter el dedo en la llaga. Pero el nuevo Ayton comprendió, al igual que Booker, su nuevo papel. Los Suns no necesitaban tanto una anotación compulsiva sino su defensa, rebote, circulación desde el poste y apoyar a Chris Paul desde el pick-and-roll. “Conozco a nuestro equipo. Estoy rodeado de tiradores, de CP y Book. No está siendo como el año pasado que tenía que anotar. Estoy aprendiendo diferentes formas de producir.”
James Jones ha insistido en que su visión se centra en el presente pero es evidente que no pierde de vista el medio y largo plazo. Gran parte de la rotación no sobrepasa los 27 años de edad y tan solo Chris Paul presenta una experiencia en la NBA superior a los diez años. Tras él, E’Twaun Moore, Jae Crowder y el recién llegado Torrey Craig, como los restantes treintañeros.
Así, las dudas se depositan sobre la situación de Chris Paul. A distintos niveles. Sus 35 años –cumple 36 en mayo– no parecen suponer un problema inminente teniendo en cuenta su nivel e importancia dentro de los equipos en los que ha estado en los últimos tres años. Retirarle antes de lo debido ha resultado contraproducente. No obstante, al veterano base le resta otro año de contrato bajo una opción de jugador valorada en 44,2 millones de dólares que no parece casar con la línea temporal del resto de la columna vertebral del equipo.
En este punto, el general manager esconde sus cartas. “El plan de sucesión para Chris Paul podría ser Chris Paul. Podría ser él mismo durante los próximos X años. Nunca se sabe a qué nivel responderán los grandes jugadores a medida que envejecen.” Y Paul ha hallado la fórmula para mantener silenciados a sus detractores.
En este momento, los Suns están ganando mucho más de lo que muchos pensaban que ganarían y mucho más de lo logrado en la última década. El desafío, a partir de ahora, será mantener esta línea ascendente y preparar a Phoenix para un futuro brillante.